La historia de sor Magdalena de la Cruz podría representar a la perfección la histórica lucha de la mujer contra el sistema dominante masculino. Esta mujer pasó de ser considerada una santa en vida a ser perseguida por la Inquisición y todo porque empezaba a acumular demasiado poder. Para algunos autores, su caso es uno más de los muchos que se dieron en la España del siglo XV y XVI de religiosas iluminadas que gozaron de fama de santidad hasta que sus detractores lograron desmontar su supuesto engaño.
Dejando a un lado si la mayoría de estos casos eran mujeres enfermas mentales -una explicación quizá excesivamente simple-, y si el de Magdalena de la Cruz (Aguilar de la Frontera, 1487-Andújar, 1560) fue uno de ellos, lo cierto es que esta mujer de origen humilde gozó de gran predicamento e incluso del aprecio del emperador Carlos V antes de su caída en desgracia.
Con solo cinco años, Magdalena de la Cruz comenzó a tener visiones, unas visiones que en el proceso que la Inquisición siguió contra ella, achacaría a Satanás, quien, al parecer, le concedió dones sobrenaturales, como el de la profecía. A los 12 años, según unos autores, o a los 17, según otros, ingresó en el convento de Santa Isabel de Los Ángeles (ubicado en el torero barrio de Santa Marina), en donde siguió teniendo visiones y adivinando el futuro con atino. Se le atribuye haber vaticinado la victoria de Pavía, la prisión del rey Francisco de Francia y otros sucesos. Además, gozaba de frecuentes éxtasis, apariciones celestiales y de los dones de insensibilidad física y estigmas.
Magdalena llegó incluso a tener un embarazo milagroso. Al parecer, una noche de la Anunciación afirmó haber quedado embarazada y el día de Navidad dio a luz: «Cuando el resto de monjas la encontraron, portaba mechones de cabello rubio del niño, que había desaparecido. Varias monjas la examinaron, encontrando resto de maternidad en los pechos y la virginidad intacta».
Al mismo tiempo, la fama de la monja se iba acrecentando. Tanto es así que se cuenta que el emperador, por medio del inquisidor general, Alonso Manrique, le hizo llegar la canastilla o las mantillas con las que Felipe IIsería llevado a bautizar en 1527 para que la bendijera. Otros autores relatan que «los hábitos de esta monja fueron enviados como un objeto sagrado para que el infante pudiera ser envuelto en ellas y así parecer ser blindado y protegido de los ataques del diablo».
Su poder crecía y en 1533 era elegida abadesa del convento por primera vez. Revalidaría el cargo en 1536 y 1539, algo que puede considerarse toda una proeza, dado que no pertenecía a la nobleza. Para la profesora de la Universidad Pontificia de Comillas María del Mar Graña, «Magdalena contribuyó a crear el nuevo rol político femenino de abadesa carismática partícipe del juego social». Durante aquellos años, «intensificó su vida de perfección y sus dones carismáticos, se convirtió en taumaturga y en reliquia viviente objeto de culto, y su fama se difundió por todo el imperio español». Y mientras intensificaba su vínculo con los poderosos, su relación con las monjas se enrarecía y surgían detractores, entre ellos, el fundador de la orden de los jesuitas, san Ignacio de Loyola, quien, al parecer, no veía con buenos ojos que una mujer de origen humilde reuniera tanto poder e influencia.
Fueron las propias monjas las que, «viendo cosas raras», la denunciaron ante sus superiores franciscanos y el provincial ordenó recluirla en la cárcel monástica. Ese 1543, sor Magdalena cayó gravemente enferma y el médico le recomendó que hiciese confesión y fue entonces cuando confesó que todas sus muestras de santidad eran falsas y que había hecho un pacto con el diablo a cambio de fama y honra.
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«La Inquisición decidió encargarse del asunto considerándolo caso de herejía por tratarse de pacto diabólico. Magdalena estuvo encerrada en sus cárceles un año y medio. En el proceso relató la historia de su vida formulando un nuevo modelo como falsa santa o santa al revés que coincide con contenidos asociados a la imagen de la bruja por los tratadistas de la época», apunta Graña. El auto de fe se celebró en la catedral de Córdoba el día de la Cruz de 1546. Magdalena pidió misericordia al Santo Oficio y por sus muchos apoyos recibió un castigo leve, pero fue condenada a destierro perpetuo en Santa Clara de Andújar, en donde fallecería tras años de muchas penitencias, ayunos y mortificaciones.
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