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Finding the dream – Diario Córdoba

Escribo esta columna a la vuelta de un par de días en Mérida celebrando un juicio. En la preparación de los juicios grandes me doy a una vida mala para mí pero buena para mi estudio, de la que me arrepiento sólo al terminar: grandes cantidades de café, latas de Monster blanco, madrugones confusos, atracones de carne roja casi cruda entre tomo y tomo. Por una parte vivir así me coloca en un estado eficaz. Es el punto en el que puedo tomar toda la cafeína que quiera, porque ya no me hace nada, y me dormiré en el momento en que lo desee, o en el que me deje la preocupación, en el que simplemente no quepa una gota más en el vaso de mi cerebro. Es relativamente fácil porque en estos asuntos, entre la responsabilidad de ejecutar correctamente mi arte (y ese es mi deber) y la preocupación por el resultado, dormir es imposible, y se reduce a la mínima necesidad física. Este maltrato corporal debilita las uniones entre mi carne y mi cabeza, y la segunda funciona más fina y elevada, más liberada.Físicamente es un tormento, pero la alteración de la consciencia -las largas horas consumidas en lo que parece un segundo, la memorización de cosas cuyo momento de estudio luego no recordaré- es adictiva. Tampoco sé hacerlo de otra forma, así que lo podré hacer mientras mi cuerpo aguante. Cuando no pueda, igual me pasa como a Maedhros, que después de perder la mano buena acabó siendo, con la espada, más letal con la que al principio era su mano torpe.

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